Qué fue del hombre aquel.
Qué, de su vida,
que fue como un soleado verano
y se disipó en un laberinto de brumas
sin signos,
que fue como un soleado verano
y se disipó en un laberinto de brumas
sin signos,
sin
colores.
Perpetuaba las noches de otros tiempos,
los días de agonía,
y la feliz evocación de su primer amor.
los días de agonía,
y la feliz evocación de su primer amor.
Eternizaba las veces en que
acaso lanzó un beso
y arrulló con una dulce nana la cuna del niño.
y arrulló con una dulce nana la cuna del niño.
Se enardecía los días de pugnas de pasión íntima
en que ahogó el aullido
en que ahogó el aullido
como la dócil fragancia de las rosas.
Y de todo, solo Dios está al corriente!
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© MAR –
Junio2016
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